“Hubiera sido como esas sublimes arengas de Tito Livio, en su historia de Roma… se leen con placer, pero destruyen la ilusión; un historiador que supone a sus personajes palabras que no han pronunciado, puede también suponerles acciones que no han realizado”.
Así es, y algo parecido pasa con los discursos que incluye Tucídides en La guerra del Peloponeso.