Ocurrencias de un enfermo

Ocurrencias de un enfermo, 1996
Ocurrencias de un enfermo, 1996

Una vez que estuve enfermo y me resultaba difícil salir a la calle, me pasaba los días en mi casa de Sambara de Madrid. Pensé en aprender cosas de mi enfermedad y, forzado por las circunstancias, me apliqué el dicho de Baltasar Gracián:

“Hay que hacer de buen grado y con placer aquello que no tienes más remedio que hacer”

Busqué un cuaderno y comencé a escribir Ocurrencias de un enfermo. El título procede de uno de mis libros favoritos,Tsurezuregusa (Ocurrencias de un ocioso o Las horas ociosas), de Kenko Yoshida.

 Además de pensar sobre mi enfermedad pulmonar y anotar mis ocurrencias y mis dolencias, investigué acerca del asunto, porque siempre, incluso antes de conocerlo, he aplicado el consejo de Confucio que más le gusta a mi amiga Ana: “Aprender sin pensar es inútil y pensar sin aprender es peligroso”. Uno no debe limitarse a reflexionar en el vacío, porque eso lleva a confundir deseos con realidades y sueños con certezas. Pero tampoco se debe limitar a acumular conocimientos sin más, sin procesarlos o analizarlos.

La primera anotación en ese cuaderno de enfermo fue esta:

En el atardecer, escribo en la terraza. Los pájaros juegan a perseguirse en el cielo y gritan, supongo que de alegría.
La mayor diferencia entre estar sano y estar enfermo es que el enfermo es mucho más consciente de su cuerpo.
Así que estar sano es una cosa poco perceptible: consiste en que tu cuerpo funcione tan bien que no notes que existe.
Por eso es más fácil darnos cuenta de que estamos enfermos que de que estamos sanos: el cuerpo nos avisa, haciendo notar su presencia.

                                                       

 


Ocurrencias de un enfermo

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