Un diálogo placentero y estimulante

Me alegró descubrir por casualidad esta reseña de mi libro Sabios ignorantes y felices, escrita por Julio Pérez García, precisamente desde mi querida Universidad Complutense de Madrid, en la que cursé la carrera de Filosofía. La reproduzco aquí sin más apenas comentarios. Es una lectura profunda y muy inteligente de mi libro.
Daniel Tubau, Sabios Ignorantes y Felices. Lo que los Antiguos Escépticos nos Enseñan, Barcelona: Ariel, 2023
Daniel Tubau no es el filósofo académico al que acostumbran las reseñas del gremio. Escritor, guionista, director o profesor de literatura son algunas de sus ocupaciones de solapa. Un tipo que se sabe polifacético y así se identifica: escléptico; esto es,
una mezcla de escéptico y ecléctico.
A la primera corriente dedica el libro que nos atañe: Sabios Ignorantes y Felices. Lo que los Antiguos Escépticos nos Enseñan. Tubau define su obra como “una invitación al escepticismo” (p.33) que tiene tanto de investigación como de viaje personal. En ella, nos guía por un recorrido a través de pensadores de la Antigüedad, no sin desvíos y comentarios del autor, que considera ofrecieron alguna aportación a esta corriente.
En cuanto a la organización de la obra, se varía entre exposición cronológica y temática en cortas secciones. Sospecho que esta estructura a veces desorientadora es fruto de que el libro consista en gran medida de ensayos escritos a lo largo de las
décadas y posteriormente recopilados.
No, no consiste el libro en artículos. Fue escrito en un tiempo relativamente breve de principio a fin. Confieso que es un estilo que me gusta, con ciertos desvíos temáticos y digresiones, pero quizá es cierto que puede desorientar.
Hay ciertos mensajes y anécdotas recurrentes que terminan calando en el lector, lo que considero un éxito divulgativo.
En lo que sigue, me tomo la licencia de reorganizar el contenido del libro para esta reseña en tres ejes: histórico, epistemológico/metafísico y ético.
Tubau declara desde el comienzo que no está interesado en la noción de escepticismo técnica propia del filósofo profesional. Entiende por este concepto la incitación a la duda y al antidogmatismo.
Con esta idea, se propone el objetivo de extraer los vestigios escépticos de figuras intelectuales anteriores al escepticismo. A partir de este estudio, se construyen dos líneas de desarrollo histórico que desembocarían en las corrientes principales del escepticismo propiamente: el académico y el pirrónico.
La primera, sería heredera directa del Sócrates dialogante de Platón a través de su famosa Academia.
El retorno de la Academia al dogmatismo neoplatónico crearía un vacío en el espacio escéptico que Enesidemo ocuparía remontándose no tanto a Sócrates, sino a Pirrón.
Esta segunda línea culminaría con Sexto Empírico, principal fuente de nuestro conocimiento del escepticismo antiguo.
Entre los proto-escépticos, el tratamiento de los sofistas y de la figura de Sócrates son en particular bienvenidos. Se nos muestra a los primeros como un elenco diverso, huyendo de su presentación infame en Platón.
Frente a los filósofos naturales presocráticos, los sofistas inauguran el estudio del nomos, es decir, las leyes y costumbres. Su principal representante, Protágoras, es señalado también como gran aportador a la epistemología, cuya teoría pone de relieve la relatividad del conocimiento.
Sócrates es tratado más bien como figura literaria a ser interpretada y apropiada. Esto permite a Tubau mostrarnos no solo al Sócrates más dogmático de los platonistas, sino además a un escéptico que apunta a nuestra incapacidad de conocer a través
de la inconclusión de sus diálogos.
Un capítulo es consagrado a Pirrón, en el cual se nos desvela que más allá de nombrar una de las corrientes escépticas de mayor calado, él mismo parece no haber sido uno. En línea con estudios contemporáneos, se describe a un Pirrón que tras su paso por la India durante las campañas de Alejandro Magno sería indiferente en lo ético e indeterminista en lo metafísico.
Los capítulos dedicados a Arcesilao y Carnéades brindan una mirada simpática y justa de la variante académica y sus debates con los estoicos. Como Carlos García Gual, considero el estudio de Cicerón como escéptico académico y fuente historiográfica de la disyunción académica/pirrónica de las aportaciones más sugerentes de la obra.
La figura de Sexto Empírico se esboza a lo largo del libro hasta su revelación en el breve penúltimo capítulo, que le es dedicado. Esto no parece ser solo un gesto iconoclasta: un Sexto afanado en distinguir su corriente de escepticismo a base de repartir carnés es el perfecto antagonista para Tubau, quien busca resquicios de duda ante la mínima sospecha.
El autor rebosa erudición historiográfica, entrando en debates propios de la academia que tal vez fueran inaccesibles para el lector de otro modo, si bien pueden resultar pesados para un primer contacto.
La noción relajada de escepticismo de Tubau es refrescante y le permite adoptar perspectivas de mayor originalidad dentro del género divulgativo.
Sin embargo, esto lleva a uno a preguntarse hasta qué punto es interesante limitarse al periodo antiguo, relevante en la medida en que las corrientes propiamente escépticas se enmarcan en él. Pensadores medievales, modernos y contemporáneos hacen esporádicas apariciones entre páginas, que a menudo terminan demasiado pronto no por su falta de interés, sino por ajustarse a este guion. Numerosas secciones brevísimas de carácter más bien testimonial podrían haberse recortado en favor de los anteriores.
El propósito original del libro era ocuparme también del escepticismo indio y chino, pero la extensión me hizo renunciar a ello, así como a todo el escepticismo posterior, que es muy interesante, por supuesto. Pero había que poner límites.
Tubau sostiene que la duda escéptica entre la apariencia y la realidad establece la epistemología como área de estudio. Esta limitaría a una metafísica pronunciadora de grandes declaraciones sobre lo qué es sin atender a nuestras capacidades cognoscitivas.
Como primer acercamiento, se invita al lector en numerosas ocasiones a considerar casos donde un primer juicio sobre la realidad resulta ser erróneo. Estos desafíos son llevados a su extremo con ejemplos como el diablo cartesiano o Matrix, que ponen en tela de juicio permanente nuestro conocimiento. En esta línea, me resulta de especial interés el capítulo que sigue al sexto: La Ficción Escéptica.
Sugiere el guionista Tubau que la mayor aportación al escepticismo epistemológico
en la Antigüedad es la tragedia (por ejemplo, de Eurípides). Este género nos ofrece a través de sus tramas casos de duda donde se hace participe al espectador de la verdad última que establece el narrador y que los personajes que participan en la trama desconocen. El momento trágico sería resultado de esta diferencia de información entre los espectadores y los protagonistas que yerran al pensarse poseedores de un conocimiento que solo los primeros tienen. Tubau se detiene en esta fase destructiva del dramaturgo escéptico, sin embargo, se me sugiere aquí una referencia al neopirronismo: un remake de Sexto Empírico con toques de Hume y Wittgenstein abanderado, entre otros, por Robert Fogelin.
Este lo presenta como una respuesta a los casos de Gettier, que, como las tramas trágicas, ponen en duda qué criterio puede asegurar que un sujeto tenga conocimiento. Mientras que las filosofías dogmáticas estarían enzarzadas en una disputa por establecerlo, Fogelin mantiene que la respuesta neopirrónica es aceptar que siempre podemos crear narraciones a cada cual más increíble que pongan en duda cualquier aparente criterio. Así, el neopirrónico habría de rechazar esta forma de búsqueda por desencaminada: la investigación de los conceptos de verdad o conocimiento desde una tercera persona omnisciente, que no parece sernos accesible más allá de la ficción, no habla de estos conceptos, sino del habla de los mismos. Esta reflexión podría disolver el aparente problema de la tragedia griega y permitir al neopirrónico alcanzar cierta tranquilidad.
Muy interesante comentario. Lo investigaré.
A fin de no ofrecer una imagen del escéptico como incrédulo de barra de bar, se insiste en la afinidad entre las ciencias y sus métodos, y el escepticismo.
Es más, se plantea que la actitud científica es intrínsicamente escéptica en su constante cuestionamiento y afirmación de la mutabilidad de los conocimientos que produce. Así, los científicos modernos serían unos herederos dignos de los antiguos escépticos, y aquel que se llame escéptico debiera ser afín a las ciencias.
Apoyándose en el significado de sképsis, de la cual deriva “escepticismo”, se mantiene esta idea de la constante investigación basada en la experimentación; también quedaría respaldada por la afinidad histórica entre el escepticismo y la medicina experimental.
Profundizando en esta idea de inspección continua, Tubau polemiza contra Sexto y cuestiona la supuesta creencia de que todo argumento puede ser a priori equilibrado por su opuesto. ¿Qué motivo habría para creer que cualesquiera dos argumentos van a resultar igual de convincentes? Ante esta cuestión, el autor simpatiza con Carnéades en adoptar creencias más verosímiles frente a la casi dogmática búsqueda del epoché (suspensión de juicio) pirrónico. Sobre esta interesantísima cuestión cabría plantear hasta qué punto no juegan un rol similar las apariencias en Sexto a las creencias verosímiles de Arcesilao y comparar la fuerza de la noción de creencia en ambos.
A pesar del marcado carácter ético de la filosofía antigua y, en concreto, del helenístico pirronismo, la discusión de este aspecto es más bien breve. Siguiendo la problemática antigua, se intenta aclarar ante todo que una actitud escéptica no requiere de la inacción o constante indecisión. Los dogmáticos armados con esta acusación manejan una premisa cuestionable, a saber, que la acción requiere de creencias o principios anteriores explícitos que la justifiquen. Contra estos Tubau recurre a un argumento de regresión infinita similar al de Gilbert Ryle, sosteniendo la prioridad de la acción (know how) sobre su justificación (know that) y a resultados recientes de la Psicología. La conclusión es que el escéptico puede huir corriendo ante un tigre hambriento (aunque sospecho que no llegará muy lejos).
Desde luego, el libro no cae en la divulgación pop de autoayuda a la que se ha condenado al estoicismo. No obstante, le cuesta escapar de ser una colección de investigaciones personales al más puro estilo ensayístico. Esto hace que Tubau cumpla con creces uno de los objetivos por él mismo marcado: el viaje personal, a costa de la nitidez y concreción propias de su segundo objetivo divulgativo. Para los que ya habíamos aceptado la invitación escéptica, la obra resulta un diálogo placentero y estimulante con el sabio, ignorante y feliz Tubau.
Libros, páginas y materiales escépticos
